El reciente contexto del país ha puesto los ojos en el desarrollo rural y en la distribución de la tierra. Se conoce que la concentración inequitativa de este recurso en Colombia es uno de los más altos en la región latinoamericana. El coeficiente de Gini de tierras (que mide la desigualdad en la tenencia y propiedad del recurso, en dónde cero es igual y uno muy desigual), es de 0.85, situación que ha impactado de manera negativa en los campesinos, afectando su estructura social y económica.
Esta concentración inequitativa de la tierra junto con el conflicto armado colombiano, ha perpetuado la pobreza en el campo, debido a fenómenos como el desplazamiento forzado, el despojo de bienes y la informalidad. En este contexto, las mujeres campesinas colombianas han sido una de las poblaciones más vulneradas. No sólo por la deuda rural que tiene el Estado Colombiano con ellas, sino también por pertenecer al género de las mujeres y por ser víctimas directas de la violencia.
Lo anterior responde al machismo que existe en el país. La generalidad responde a que no son consideradas como actores claves en la producción de los mercados agropecuarios por ser mujeres, y además los oficios domésticos a los que dedican su tiempo no son remunerados.
Esta situación reta a la sociedad colombiana y al Estado a repensar la forma en que se comprenden los roles de la mujer campesina en el desarrollo rural. Diferentes estudios han confirmado que existe una relación entre el empoderamiento de la mujer campesina y el bienestar generalizado de la familia. De hecho, cuando ellas tienen la tierra son garantes para que sus familias reciban los mínimos requerimientos alimenticios de sus hogares.
Es fundamental asegurar el empoderamiento de las mujeres campesinas en la sociedad colombiana. Solo así lograremos dar el salto al desarrollo rural que todos y toda anhelamos y podremos tener una seguridad alimentaria estable.
Las razones de la esperanza:
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), las mujeres producen entre el 60 u 80 por ciento de los alimentos en los países en desarrollo.
Aunque ellas son un factor fundamental en la producción agropecuaria están limitadas a los recursos por factores de género, cultura, derecho y economía. La herencia, el matrimonio y el desconocimiento de sus derechos obstaculizan el acceso a la propiedad de la tierra.
Estudios de la FAO han revelado que las mujeres destinan casi todo lo que ganan con la comercialización de los productos agrícolas y artesanales a atender las necesidades del hogar. Los hombres utilizan al menos el 25 por ciento de sus ingresos para otros fines.
Si se resolvieran las desigualdades en la tenencia de la tierra la malnutrición a nivel mundial disminuiría en un 17%.
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