La Salud Pública surgió en los Estados Unidos de América a comienzos del siglo XX. Inspirada en el movimiento higienista francés, la policía médica alemana y el sanitarismo inglés, lo particular de la Salud Pública es la integración de tres grandes ideas: la enfermedad como problema económico político, la enfermedad como susceptible de ser eliminada, y la enfermedad como enemigo que requiere ser enfrentado de una manera organizada. De allí que la figura por excelencia haya sido la Campaña o Brigada, una acción administrada que hacía uso de lo mejor del conocimiento para enfrentar la enfermedad en ciertos lugares estratégicos para el mercado global.
A lo largo de este mismo siglo, la Salud Pública tuvo que adecuarse a distintos escenarios. En primer lugar, el fortalecimiento de los Estados Nacionales y sus Sistemas de Salud, obligaron a la Salud Pública a convertirse en disciplina de Estado, separándose de los entornos locales que la caracterizaron en su nacimiento. Segundo, el progreso del conocimiento en torno a la enfermedad que pasó de la monocausalidad a la multicausalidad, y de allí, a los actuales determinantes de la enfermedad, la sumergieron entre las Políticas Públicas. Y finalmente, el creciente acervo disciplinario necesario para enfrentar los nuevos retos: la consolidación de la Epidemiología, el fortalecimiento de las especialidades clínicas, la emergencia de campos desde las Humanidades, las Ciencias Sociales, Económicas y Administrativas con interés en la enfermedad – y en menor proporción, de la salud -, y más recientemente, la andanada de las Tecnologías de la Información y Comunicación, fueron reduciendo su margen de acción.
En este contexto, la Salud Pública perdió su identidad original. Confrontada por otros campos – la Medicina Familiar, la Salud Comunitaria, la Medicina Social, la Medicina Preventiva, la Salud Colectiva -, y reducida su actuación al Estado – a través de las Políticas Públicas y los Sistemas de Salud -, se convirtió en una disciplina burocrática, técnicamente abstracta, y alejada de la población y sus problemas más cercanos.
Colombia no es ajena a este panorama. Cuando se habla de Salud Pública inmediatamente saltan dos extremos. En el primero, aquellos defensores de una Salud Pública ligada al Estado, bien sea como funcionarios o consultores, la cual hace eco de los avances innegables logrados a través de acciones en el Sistema de Salud o a través de Políticas Públicas, que son muchas veces imperceptibles por el ciudadano común. Del otro lado, se encuentran los críticos de esta Salud Pública, de sus conceptos y de su papel en el Estado, los cuales no desconocen los avances, pero continuamente resaltan los fracasos, las fallas estructurales, la necesidad de un cambio revolucionario.
Ambas posturas, si bien necesarias, presentan un alto nivel de abstracción que es difícil de transmitir en territorios y poblaciones con situaciones de salud precarias y que requieren soluciones concretas. Hablo de poblaciones de entornos semi-rurales, rurales y dispersos; hablo de entidades territoriales de categorías 4, 5 y 6 - 95% del territorio nacional, aproximadamente -, que con escasos recursos y capacidades deben dar cuenta de una cantidad de exigencias del Sistema y las Políticas; hablo de poblaciones campesinas, jóvenes y de grupos étnicos en entornos críticos, los cuales requieren el acompañamiento y fortalecimiento de sus iniciativas para mantener y recuperar su salud.
Esto, entre muchas otras situaciones que he podido conocer, es lo que motiva hacer un llamado por una Salud Pública de Campo. Concibo la Salud Pública de Campo como una práctica realizada por profesionales, técnicos y población en general, orientada a dar respuestas apropiadas al contexto, en situaciones de deterioro de la salud – o el concepto que haga a sus veces en la población -, haciendo uso de los recursos y capacidades existentes. Como respuesta localizada territorial y poblacionalmente, debe contener unos mínimos atributos, entre los cuales destaco:
Pragmatismo, entendido como ejercicio deliberativo entre profesionales, técnicos y población, orientado a resolver los problemas presentes al nivel de la experiencia local. Esto no debe ser confundido con ser práctico, ya que no consiste en una aplicación eficiente de una idea, sino en la valoración justa del conocimiento existente en el contexto y la utilidad de este para resolver la problemática.
Pluralismo, entendido como la permisividad de conocimientos y saberes diversos, incluso de aquellos que surgen desde cosmovisiones diversas e hibrideces del pensamiento. Un entorno deliberativo plural favorece las relaciones de la población consigo mismo y con las instituciones, fortalece la democracia y crea un ambiente propicio para la equidad.
Constructivismo, entendido como aprendizaje de profesionales, técnicos y población en general en la construcción de las respuestas a los problemas en lo local. No hay soluciones finales, sino una progresión de estas, las cuales se van realizando, evaluando y corrigiendo. Cada uno de estos momentos constituye un aprendizaje.
Algunos ejemplos de esta Salud Pública de Campo ya se vienen evidenciando, sin que la Salud Pública y sus opositores se hayan dado cuenta. Los avances de algunos grupos étnicos indígenas y afrodescendientes en lo que podría ser los Modelos de Cuidado del Buen Vivir, los esfuerzos de profesionales e investigadores en una tropicalización de la evidencia, la generación de investigación en colaboración o investigación indígena, y el uso de medios alternativos de comunicación para transmitir experiencias de resolución de problemáticas locales, hacen parte de estos esfuerzos que merecen ser difundidos a un mismo nivel que las posturas estatales y críticas.
Este texto es un primer intento por evidenciar la necesidad de consolidar este campo. Y espero motive un nuevo diálogo en la Salud Pública.
Publicado por: Pablo Andrés Martínez Silva
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